jueves, 19 de junio de 2008

El Poder Sanador de las Mascotas

El Poder Sanador de las Mascotas

Existen estudios que demuestran que las personas que poseen mascotas viven 40 % más que las que no las tienen.

Las mascotas prolongan nuestra vida
porque reestablecen el contacto con nuestra naturaleza animal,
naturaleza contra la cual conspira nuestra sociedad y estilo de vida.

A través de una estrecha relación con nuestras mascotas despertamos rasgos animales poderosos como
la lealtad, el amor, el contacto físico y la alegría.

Nos sacan instantáneamente de nuestro aislamiento.

La investigación médica ha descrito en detalle el efecto sedante que las mascotas ejercen sobre los ancianos,
sobre las personas que sufren estrés y
sobre aquellas que presentan desequilibrios emocionales.

En el caso de pacientes con Alzheimer y niños autistas,
las mascotas los traen a la realidad,
los motivan a sonreír, a tocarlas, a reír y a hablar,
les ayuda a integrar los sentidos.

En el caso de niños con trastorno de déficit de atención,
estimula el sentido del respeto,
el autocontrol y la responsabilidad.

Como resultado de su relación con los animales estas personas se vuelven ciudadanos del mundo más atentos y sensibles,
más conscientes de las necesidades de los demás y más responsables de su propio comportamiento,
lo que es tan sólo un lado del milagro.

Las madres que trabajan fuera de casa pueden ver a las mascotas como una forma de normalizar las horas solitarias que un niño puede pasar en la casa después del colegio de manera positiva,
mientras más horas trabaja, más tiempo dedica el niño a cuidar de su mascota y, por ello, aumentan la cercanía y la importancia de ese vínculo afectivo.

Incluso la mascota puede llegar a ser un importante catalizador de espontaneidad y de juego en el hogar.

El amor compartido por los animales puede construir un puente entre padres e hijos.

Todas las personas de edad necesitan algo en su vida que las mantenga ocupadas y activas, esto, para evitar que sientan lástima por sí mismas y que fomenten un sentimiento de culpa en sus hijos.

En una época de la vida en la que se acumulan las pérdidas, la mascota es una constante; son una fuente muy importante de solaz (descanso, placer) y compañía.

Una mascota ayuda a seguir una rutina para la salud y seguridad del animal, lo cual redunda en su propio beneficio.

Estudios demuestran que los ancianos que viven acompañados por una mascota presentan menor incidencia de cáncer, además pueden ser una gran ayuda para enfermos de cáncer de cualquier edad.

Médicos de la Universidad de Duke demostraron que los pacientes operados del corazón que tenían mascotas tenían una recuperación más rápida y completa que los pacientes que no poseían macotas.

Disminuyen la frecuencia cardíaca e hipertensión.

No todas las mascotas son para todas las personas, considérese mascota desde un pez, un hámster, perro (diferenciar entre objetivos y raza), gato, hasta un caballo, etc.
Si las personas tuvieran las mascotas apropiadas para satisfacer sus necesidades, este mundo sería un lugar más feliz y saludable.

Las mascotas alimentan nuestro espíritu ,
imparten pasión a nuestra vida,
nos hacen reír,
nos conectan con Dios y con el mundo exterior,
son nuestro principal recurso contra la soledad, letargo y depresión.

(Extracto del libro escrito por Marty Becker, Editorial Norma)

lunes, 16 de junio de 2008

Amar a los Animales

Amar a los Animales
por Eduardo Lamazón


La vida no es vida sino intenso dolor para la mayoría de los animales sólo por haberles tocado en suerte compartir el planeta y este tiempo con el hombre, su verdugo más cruel y excesivo.

Los ‘animales no humanos', hay que decir, para expresarse con propiedad de ellos, seres maravillosos en los que la naturaleza es perfección, pero tristemente indefensos ante el individuo elemental, depredador incorregible.

Hay quienes afirman que lo que distingue al ser humano de los otros animales es el raciocinio, pero es necesario ponerlo en duda, viendo lo que aquel hace con su aparente ventaja, no sólo en su relación con los seres inferiores que están a su merced, sino con el uso inescrupuloso que le da en cada acto a su facultad de entendimiento.

Apenas comprendiendo su ignorancia y confusión puede explicarse la arrogancia insoportable del que pone su derecho a la vida ciegamente por delante del derecho a la vida de otros seres.
Si somos superiores, sólo esa condición nos agrega un imperativo moral por el cual debemos rendir justificaciones de nuestros actos. Sólo el hecho de que debamos decidir cómo tratar a los animales, hace a nuestra relación con ellos moralmente grave. Decía Shakespeare en ‘Hamlet': “no hay nada bueno o malo sino que el pensar así lo hace”. Nosotros pensamos, no nuestro perro, por lo que tenemos el privilegio y la carga de hacernos responsables de la relación y el trato.

Pero nuestra relación con las bestias, sin embargo, es la de las metáforas que las degradan. “Eres un animal”... “Eres un burro”... ¿Por qué no “eres un hombre torpe”, o “eres una mujer egoísta”?

“Soy un miserable gusano” decía Friedrich Nietzsche para autodefinirse, cuando lo devoraba la sífilis y expiaba su remordimiento de filósofo porque se acostaba con su madre y con su hermana. Había muchas culpas humanas en él, pero ¿qué culpa era del gusano?

El siglo XX fue generoso y mezquino, bálsamo y letal, ubérrimo para la ciencia y retrógrado para la convivencia entre los hombres. Sobre su final mostró ¡por fin! una luz de esperanza en el reconocimiento al derecho de los animales en las sociedades civilizadas. Una luz, que quede claro, nada más que eso, pero algo más que nada.

Los derechos del hombre en la Grecia clásica eran los derechos del ciudadano varón y libre. Las mujeres y los esclavos eran para la legislación tan poca cosa como hoy son –continúan siendo- los animales en las comunidades rabonas e incultas.

Otras formas de discriminación, igual de abyectas y vergonzantes ha visto la historia. Quemar al hereje en la hoguera fue una conducta aceptada, hasta que un día la civilización decidió que era inaceptable.

Todo es cuestión de tiempo. Llegará el día en que el exterminio irracional de los animales no humanos de esta época, en casi todas las sociedades, será un asunto que se exhibirá en museos, a la mirada incrédula de los visitantes.

Tengo malas noticias para los orgullosos “seres superiores” que en tono peyorativo llaman bestias a las bestias: los hallazgos sobre el mapa genético de las especies demuestran sin lugar a réplicas, que nuestro patrimonio genético es idéntico al de los gorilas en un 97 por ciento, y si esto es de suyo humillante... para los gorilas, claro, también se halló que el número de genes necesarios para constituir un hombre es sólo el doble de los que tiene un gusano.

La vida es, aun para la ciencia, el más grande de los milagros, lo que parece ignorar el hombre promedio de todas las latitudes, porque la compromete cada vez que puede, arrasando bosques y especies, contaminando el aire y el agua, y detonando nuevas enfermedades. Es el hombre, entre todos los seres vivos, el único dotado para la estulticia.

Konrad Lorenz, el etólogo austríaco, el gran sabio del siglo pasado que en 1973 obtuvo el premio Nobel de medicina, dijo: “el hombre siempre fue bastante estúpido, pero últimamente noto un cambio... está peor”. Es el mismo médico bondadoso que amaba a los animales hasta la médula y que en otra ocasión afirmó: “De sólo pensar que mi perro me quiere más que yo a él, siento vergüenza”.

Lord Byron escribió para la tumba de su perro ‘Botswain' este epitafio: “Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios”.
Los animales, salvajes o domésticos, son, a la luz de la inteligencia, nuestros compañeros de viaje. Su sacrificio o sufrimiento inútiles son actos de inmoralidad y barbarie degradantes para quien los provoca.

¿Por qué quererlos?

Una máxima filosófica simple dice que es correcto preferir un estado de cosas mejor a uno peor.

Pero detrás de esto, en términos cotidianos, por respeto a nosotros mismos. Porque el cuidado de todas las formas de vida nos hace más evolucionados. Porque lo expansivo es primitivo y la inhibición es cultura. Por compasión, que la compasión es una olvidada emoción elevada. Porque matar o hacer sufrir es destrucción. Porque construir es participar como un Dios todopoderoso del acto de la Creación. Porque el hombre útil o bueno o civilizado vive de acuerdo con ciertos valores y no hay valores que justifiquen la crueldad. Porque la inteligencia invita a vivir de tal manera que nuestras acciones aporten a la felicidad y no al dolor que hay en el mundo. Porque proveer a la vida y no a la muerte no puede ser una antigualla, a menos que el mundo esté irremediablemente perdido. Porque estoy seguro que entiende usted la diferencia entre la sensibilidad de quien mata a un animal por placer, y la de quien goza escuchando la Quinta Sinfonía de Beethoven.

Un amante de las corridas de toros me dijo una vez que los toros de lidia no nacerían si no existiera esa primitiva obscenidad que llaman fiesta, “porque son criados para la muerte en la plaza” –me explicaba-, a lo que respondí que con su criterio podríamos criar niños para que sean sacrificados frente a cincuenta mil forajidos con boleto pagado.

Desde Platón sabemos que educar es formar en la virtud. Piedad, compasión, amor por la vida de todos los seres, respeto por la otredad, son conquistas del hombre morigerado, de buenas costumbres, superior. Superior no de superar a los demás, sido de haber sido capaz de mejorarse a sí mismo, de haberse alejado de aquella pequeña cosa tan sin pulimento que era cuando nació.

¿Por qué dirán que con relación al hombre los animales son una especie inferior? ¿Porque no tienen algunas “virtudes” que adornan a los hombres? Sí, recuerdo algunas: el odio, la maldad, la envidia, la venganza, el rencor, el engaño, la traición, la soberbia.

Todos los animales, humanos y no humanos, morimos cuando cesan nuestras funciones corporales. Los hombres crueles, empero, mueren mucho antes, aunque ni lo noten.

jueves, 12 de junio de 2008

Vida Perra

Vida Perra Cortometraje 2º premio en el certamen Canarias Rueda La Palma 2008.

Aquel que no es capaz de amar a los animales, no es capaz de amar al ser humano.